“Empezó con llantos, llantos desconsolados, a cualquier hora, por cualquier situación que no eran normales. Llantos de angustia, que por más que vos la abrazaras, no había nada que la pueda parar. Llantos de desesperación, que se empezaron a repetir todos los días. Se dormía llorando y luego se despertaba con pesadillas en el medio de la noche”, comienza relatando Maira de Neuquén sobre los primeros indicios que notó en su sobrina, de dos años y dos meses. Indicios que se intensificaban cada vez que Sol (decidimos preservar el nombre original de la niña ya que es menor) volvía de la casa de su padre, luego de una jornada de 12 horas de visita.
Al principio, creyeron que la actitud de la pequeña era simplemente otra manera de atravesar un cambio de etapa en su crecimiento. Los 2 años coinciden con el abandono de la lactancia materna, y, en un comienzo, todo cerraba por esa hipótesis. “Jamás nos imaginamos que podía ser una situación como esta”, define Maira, todavía escéptica.
Sin embargo, hubo un ida y vuelta con la madre que fue clave para alertarla. “Llega mi sobrina de la casa del padre llorando, una vez más. Ahí mi hermana, cansada, le preguntó: ‘¿Alguien se portó mal con vos?’, a lo que ella respondió que sí”, relata. Frente a la negativa de si había sido su padre, la madre decidió indagar por el tío: “Ni bien le preguntó por él, se tocó la vagina y se presionó el pecho. No nos quedaron palabras después de ver eso”.
El hecho
Antes de saberlo, para Maira tenían una relación “común y corriente, de todo tío y sobrina”. Sin embargo, los episodios de abuso habrían tenido lugar a comienzos del verano, aproximadamente hace 5 meses, cuando Sol empezó a quedarse a dormir en lo de su papá, ubicado en la localidad de Senillosa, Neuquén. “Se veían cuando ella iba a visitar al padre”, cuenta. “Ahí la manoseaba y ejercía algún tipo de violencia, que puede ser en el mismo ámbito del manoseo. Hasta ahora, con el seguimiento de la pediatra, no se comprobó que haya habido algún tipo de acceso carnal. Sin embargo, estamos averiguando junto con la psicóloga si la hizo pasar por una situación donde ella tuvo que tocarlo o donde la sometió para obtener sexo oral”.
Era tal el miedo que Sol le tenía a su tío, que incluso los familiares paternos se daban cuenta. El temor de solo verlo fue relatado por el propio padre, que en su momento, le comentó a la mamá que no entendía por qué la nena no podía soportar la presencia del tío. “Él es hipoacúsico, entonces grita mucho cuando habla. Ellos creían que la nena solo le tenía miedo porque gritaba. Ahora, todo eso está descartado“. Paulatinamente, el tío dejó de aparecer en la casa de su hermano. “Él se alejó cuando comenzó a ver indicios de que la nena podría decir algo”, determina.
Esos mismos indicios fueron los que llevaron a Maira y a su hermana a acercarse a una psicóloga para terminar de dilucidar lo que le pasaba a Sol. Y la psicóloga finalmente terminó por confirmar lo peor: que había sufrido abuso sexual. “La hizo dibujar y ella dibujó nenes, intento de nenes. La psicóloga nos dijo que la presentación física del cuerpo aparece recién a partir de los 5 años. Si aparece antes, es un claro despertar temprano de la sexualidad, que ocurre en los casos de abusos”.
A partir de allí, comenzaron una batalla legal. La madre se comunicó con su abogada y esta le aconsejó que esperara al informe psicológico para presentarlo como prueba para la denuncia. “Luego nos comunicamos con el 102, que la asesoró con que no vaya a una Comisaría, sino a una Fiscalía”, relata Maira. “Una vez allí, le dijeron que esto es excarcelable, que no va a ir preso y que va a tener solo una denuncia que le puede servir como herramienta para que él no se la lleve a la casa”.
Hoy en día, el padre, quien estuvo presente en las pericias psicológicas que constataron los abusos a su hija, trata a la madre de “loca” y lucha por la tenencia de la pequeña. Que gane esa denuncia implica que Sol volverá a la misma casa en la que su tío, con total impunidad, abusó de ella. “La familia de él le está llenando la cabeza para que tome todas esas medidas que, si pensás un poco en tu hija, ni se te pasan por la cabeza”.
A pesar del dolor, Sol está mejorando día a día. Pasó de tener ataques de ira, en los que mordía a su madre y la tironeaba del pelo, a ser la chica contenta que era antes. “La vemos mucho mejor, sigue con episodios de llanto, pero son muchísimos más leves. Desde el otro día que ella pudo manifestarse, cambió considerablemente. Su manera de contestar volvió a ser alegre, volvió a ser la nena que nosotras conocíamos. Cuando ella empezó con todo esto había perdido su alegría”.
¿Qué se hace en estos casos desde lo psicológico?
Cintia González Oviedo es una psicóloga especialista en cuestiones de género. Para ella, los indicios de abuso sexual no pueden ser generalizados. Sin embargo, en algunos se nota cierta repetición de conducta: “Se puede observar en niños a través de dibujos, donde empiezan a ver rasgos fálicos o de agresividad, dibujando específicamente la zona genital. También manifiestan conductas agresivas, con cambios de comportamiento en el ámbito escolar. Comienzan a estar refregados en su comportamiento y son violentos”, define. Para la también Directora de Bridge The Gap, una consultora que lleva la perspectiva de género a las organizaciones, es importante que quienes demuestran estos indicios, vayan a una psicóloga especialista en abuso infantil: “Las intervenciones de psicólogos sin perspectiva de género pueden ser muy perjudiciales”.
Consultada sobre qué sucede cuando un paciente confiesa haber sido abusado, González Oviedo define:
“Si está en peligro nuestro paciente, se puede denunciar. Es parte del código de ética. Lo ideal es acompañar a la persona para que haga la denuncia y acudir a la red familiar. Porque si vos apurás el proceso, podés llegar a perder a la víctima. Se va trabajando paulatinamente, porque la víctima está metida en un círculo que es parte. En el caso del menor, se necesita un consentimiento de los padres y se tiene que avisar al padre de la situación detectada y corroborar con herramientas de diagnóstico. Siempre preservar el vínculo con el paciente, que es quien, en definitiva, depositó la confianza en vos.”
¿Qué tipo de consecuencias psicológicas quedan en la persona que sufrió abuso? Para la psicóloga, “se ven consecuencias en el tipo de relaciones sexuales, el vínculo con el sexo opuesto, en las conductas temerarias contra sí mismas. También, puede haber un síntoma post traumático, del estilo de lagunas mentales. Y muchas otras veces, está estrictamente relacionado con las personalidades límites, en donde la mayoría de los casos hubo un abuso: alta impulsividad, conductas riesgosas para sí mismas o para terceros, adicciones e independencias emocionales”, enumera. Sin embargo, no es del todo cierto que quien sufrió un abuso, jamás se recuperará: “Lo que define el trauma es una combinación del contexto social, de la subjetividad y un análisis sistémico de la víctima en cuestión. Pero se debe realizar un tratamiento de acompañamiento, con un peritaje que detecta si hay signos de estrés post traumático que debe responder a indicadores, criterios que arma la Asociación Americana de Psiquiatría. Si están estos rasgos, hablamos de estrés”, concluye.
¿Qué se hace en estos casos desde lo legal?
Sabrina Cartabia, abogada perteneciente a Red de Mujeres -organización que previene y acciona contra la violencia-, nos acercó estadísticas para comprender que esto sucede mucho más seguido de lo que la sociedad está dispuesta a admitir: según una estadística de la Organización Mundial de la Salud, 1 de cada 5 mujeres ha sido abusada sexualmente en la infancia, contra 1 de cada 13 en el caso de los hombres.
“La mayoría de los casos no se detectan y, por ende, no se denuncian. Y muchas veces no se hace por miedo, culpa y vergüenza, ya que, justamente, quien lleva adelante los abusos en la mayoría de los casos se trata de familiares o conocidos que manipulan al niño”, cuenta. Para Cartabia, los casos como los de Sol se repiten a diario: sin testigos y sin secuelas de tipo físicas. La única manera de comprobarlo mediante la Justicia es a través de indicios.
“La prueba que vamos a tener es la palabra del niño o niña y también las pericias, que son psicológicas, con personas capacitadas para recolectar ese tipo de pruebas, que tiene que tener perspectiva de género y conocer cómo trabajar con niños y adolescentes. Luego, se tiene que trabajar en una Cámara Gesell, para que esa entrevista no vuelva a re-victimizar ni traumatizar más a la niña”, detalla. “Vamos a tener su palabra, que, llevada adelante con estas pericias, serán indicios de una sexualización temprana”, explica. Y recalca que en los niños eso es alarmante: “Cuando describen cómo son los genitales de los adultos o situaciones sexuales que ellos jamás podrían haber imaginado porque no tienen ese tipo de información, ahí tenemos claros indicios que estamos frente a un abuso sexual”.
En el caso de la menor de dos años y dos meses, que los hechos hayan sucedido en la casa del padre hace que su madre tema exponer a su pequeña a nuevos episodios. Para la especialista, es crucial que el Poder Judicial “determine medidas para proteger el interés de la niña. Por ejemplo, que ese tío no vuelva a verla. Llevando adelante un dispositivo con un equipo de salud mental, se tiene que evaluar la situación y pedir una medida cautelar para que, en el proceso de la investigación, no se exponga a la niña a nuevos riesgos ni a situaciones que puedan llevarla a revivir el trauma”.
Sin embargo, no todo en la Justicia está garantizado. Para Cartabia, el proceso judicial está cargado de fallas: “Muchas veces quienes tienen que investigar -los peritos y las personas que se encargan de estos delitos-, no tienen suficiente capacitación en estos temas. Tenemos que entender que cuando hablamos de abuso sexual infantil, estamos hablando de un tabú social muy grande. Para la sociedad, es mucho más fácil creer que las mujeres mienten y manipulan a sus hijos, que pensar que efectivamente los padres, los familiares y los conocidos abusan sexualmente de los niños”, sentencia.
En el caso de Sol, fue el propio padre de la niña el que terminó creyéndole a su hermano. Para la abogada, esto sucede siempre: “Asumir que en nuestras familias eso pasa, que nuestros hermanos, nuestros padres y que incluso nuestros propios hijos pueden ser abusadores de niñas/os es un dato muy fuerte, y por eso, es mucho más fácil decir que las mujeres están locas y que manipulan a los niños, antes que ver la verdad”.
Sabrina Cartabia ve en la Educación Sexual Integral un camino crucial a la hora de hacerle frente a los abusos sexuales infantiles: “Sirve para garantizar que los niños sientan seguridad a la hora de hablar de estos temas: que conozcan y sepan de antemano las diferentes partes del cuerpo y que nadie puede realizarle determinadas acciones sobre esas partes. Es importante promover el conocimiento, que sepan que pueden confiar en sus padres para hablar estas temáticas”, cuenta. Es que, para la abogada, hay una realidad concreta: los adultos se aprovechan del estado de desconocimiento del niño, haciendo que muchos abusos se prolonguen en el tiempo, de manera silenciosa.
“Si yo te digo que 1 de cada 5 mujeres vivió abuso sexual infantil, es porque es una realidad frecuente, horrible y dolorosa que el tabú no te deja reconocer. Eso significa que muchas de las mujeres pasamos por estas situaciones e, incluso, muchas de las que conocemos, pero es muy doloroso admitir: ‘Nuestros familiares, en su gran mayoría los varones, abusan de las niñas que conocen'”.
Para Sabrina, es importante desmitificar el hecho de que los niños mienten: “Los niños no mienten sobre estas cosas. Ningún niño puede imaginar o fabular situaciones de contenido sexual. Cuando narran eso, nos dicen la verdad”. O en palabras de Maira, la tía de Sol, que a pesar del dolor quiere dejar en claro un mensaje a todos los padres: “El primer paso es no poner más en duda la palabra de los chicos. Los niños no mienten. No deben perder credibilidad solo por ser niños”.
En nuestro país, el abuso sexual presenta diferentes tipificidades: en caso de abuso sexual simple, es decir, tocamientos, hay una pena de 6 meses a 4 años de prisión. Cuando el abuso sexual es gravemente ultrajante -cuando es un hecho que ha violentado severamente la dignidad de la víctima-, le corresponden de 4 a 10 años. En caso de abuso con acceso carnal, recaen 6 a 15 años. Y finalmente, 8 a 20 años cuando hay un grave daño para la salud física o psíquica de la víctima, cuando el hecho fue cometido por un familiar, cuando el autor es portador de una enfermedad de transmisión sexual grave y tiene conocimiento de ello y cuando es ejercido contra un menor de 18 años, aprovechando la situación de conviviencia.
Nota original: https://www.mundotkm.com/genero/2018/04/29/tiene-2-anos-y-2-meses-y-fue-abusada-por-su-tio/