Tenés 7 años y esperás el día de tu cumpleaños con las mismas ansias que querés las vacaciones escolares. Llega el día y tu casa se llena de obsequios empapelados. Abrís uno por uno y todos te generan felicidad: la cocinita, la Barbie madre, la muñeca que simula ser bebé, la aspiradora.
Cumplís 10 y llegó un hermanito menor a tu casa. Te obligan a sostenerlo y te dicen: “Para que practiques para cuando seas mamá”. El comentario queda salpicando en algún lugar de tu mente. Y sí, parece que sí.

Ahora tenés 14 y menstruás por primera vez. “Te felicito. Ya sos mujer”, te dicen. ¿Mujer para qué? Algunos te explican: ahora podés quedar embarazada.

7, 10, 14 años. Cumplimos 35 y cuando en el verano las oficinas se llenan de niños, las que corremos a abrazar a los pequeños desconocidos somos en su mayoría mujeres. El otro % de la sociedad parece no inmutarse.

Y si te preguntás por qué, generalmente se despliegan infinitos argumentos en los que la biología tiene un rol predominante. No importan los regalos infantiles, los múltiples comentarios que dan por asumido que serás madre –esos que recibís durante toda tu vida- ni la educación misma: lo que vos tenés, innato, inevitable, natural, en realidad, se llama instinto maternal.

“Resulta admirable y emocionante ver desplegarse el instinto materno. Encarnado, corporizado, ese instinto vital de preservación arrasa con todo lo que se ha dicho y escrito desde una teoría reñida con el derecho a la vida”, escribe el editorial de La Nación que se titula: Niñas madres con mayúscula.
Pero, ¿está bien si seguimos reduciendo los preceptos culturales y construidos que mamamos desde niñas a un mero “instinto? ¿Los seres humanos somos animales como cualquier otro?

Cintia González Oviedo es psicóloga especializada en género con un posgrado en psicología perinatal y fundadora de Bridge The Gap. Nadie más que ella sabe lo que es el embarazo infantil: ha rotado por Maternidades atendiendo historias clínicas de las más variadas que incluyen, entre muchas otras, los embarazos infantiles.

¿Existe el instinto materno?

Antes que instinto materno, deberíamos definir qué es este en general. González Oviedo es clara: “Una respuesta instintiva quiere decir que hay algo ligado a lo biológico que implica que a determinado estímulo hay una determinada respuesta. En las mujeres, funciona así: tengo un bebé, entonces voy a querer y cuidarlo. Pero es incorrecto, sino no habría bebés abandonados o asesinados, no habría excepción a lo instintivo”.

Así es como un estímulo -llanto del bebé- puede significar muchas cosas, según la persona: si una madre deseó mucho tener ese hijo, probablemente haga todo para sobrevivir. Si es una mamá que está desconectada, el mismo llanto puede significarle ‘el bebé no quiere estar conmigo’”.

Para Cintia, esto tiene una razón: “La variabilidad de pensamientos frente a un mismo estímulo tiene que ver con la subjetividad y personalidad de una madre. Y esto es porque somos seres simbólicos que nacemos en un mundo de palabras y pensamientos, entonces todo es variable. No hay una respuesta única frente a un estímulo”.

Así es como la cultura nos va conformando en un ideal de mujer que está estrechamente ligado a la maternidad y, con ella, a la sobreprotección: “Nacemos en una sociedad en donde recibimos un montón de instintos de lo social para lo que son las tareas de cuidado: el modelo de nuestras madres, la manera de jugar, los medios, los roles de la niña con la maternidad, el cuidar a los bebés, cuidar a los juguetes”, enumera. “Pero esto no es una elección, viene atado a tu rol dentro de la sociedad”, explica.

Todo responde a un mandato, como si indudablemente tuviéramos el deseo innato de convertirnos en madres: “Siempre existió ese mandato de mujer igual madre como una equiparación entre una cosa u otra y la que no es madre entonces no se siente realizada como mujer, está incompleta o ‘algún problema tiene’, está patologizada”, explica.

A diferencia de los hombres, las niñas reciben preceptos culturales que van codificando la manera de ser en su futuro: madres y protectoras de su hogar. “Esto es parte de la cultura. Si vamos a tener en cuenta la socialización, si nosotras vamos a tener una tendencia a desear ser madres, es porque en los varones no hay juegos para las tareas de cuidado o para usar muñecos bebés jugando a ser padres”, explica. Ellos, mientras tanto, se divierten con los autitos de juguete o sueñan con ser científicos.

Por más inocente que parezca, la manera en que jugamos de niños y los comentarios sobre lo que se espera de nosotros van moldeando nuestro rol en la sociedad: “En las mujeres, el amor o el cuidado se destacan como algo connotado positivamente, por eso si no tenés ese instinto es patológico”, explica Cintia. “Así, el rol de la mujer ha sido siempre reproductivo y doméstico, relacionado al sostén de lo privado, de criar y hacer que esas personas que criás sean exitosas. El hombre, en cambio, cumple el rol de lo productivo: hacer dinero, ser exitoso, triunfar. Entonces, las tareas de cuidado no son festejadas ni destacadas”, explica.

Detrás de una cultura que configura, hay un sostén desde el aparato científico para que estos mitos se reproduzcan. La ciencia, agarrada de su mirada biologicista, se empeña en hablarnos todavía de instinto materno, pero también, de las diferencias entre los hombres y las mujeres: “La cultura patriarcal, que antes no tenía ese adjetivo, tiene que ver con un montón de ciencias que respalden esas verdades, pero son verdades con sesgos”, aclara González Oviedo.

Niñas sí, madres no

Para González Oviedo, es importante distinguir los tipos de embarazos. Para ella, no es lo mismo el no deseado, el embarazo producto de una violación y el no planificado.
“Con cada hijo nace una madre distinta. Si vos deseás tener un hijo, si vos has gestionado ese deseo, seguramente vas a poder alojar en tu psiquis para que ese hijo sea deseado. El embarazo puede ser no planificado, pero, sin embargo, deseado: tiene que ver con la líbido del deseo al tener a ese hijo dentro. Probablemente vas a poder criar a un hijo, amamantarlo, amarlo”, explica Cintia.

No es lo mismo el no deseado, el embarazo producto de una violación y el no planificado.

Los no deseados, en cambio, suelen ser rechazados. Para la Organización Mundial de la Salud, sostener un embarazo que no se desea es casi una “tortura”: “Es un proceso que está sin control en tu cuerpo y que se siente como un cuerpo extraño. Si es producto de una violación es re-traumatizante, con consecuencias psíquicas, pero también físicas: si es una niña puede que su cuerpo no resista el embarazo”, explica.

Someterlas obligadamente a ser madres no es un proceso que se lleva sin más. González Oviedo lo sostiene: “El embarazo es inocuo para el cuerpo, aceleran enfermedades, existe la diabetes gestacional, un montón de cuadros que se disparan por el embarazo y por la revolución hormonal. No es algo que sucede y no pasa nada si te lo bancás. Tiene consecuencias”.

El polémico editorial de La Nación

Sin embargo, el editorial de La Nación calificaba al embarazo infantil como algo deseado, que sale de las entrañas, que rompe con cualquier otra convicción social, que está ligado a lo natural. Y que ellas, por seguir ese instinto, son verdaderas “madrazas”. La connotación de la mujer como madre y lo positivo de ello vuelve a aparecer, una vez más.

Cintia González Oviedo trabajó en maternidades públicas estudiando embarazos, partos y puerperio en el marco de un posgrado de psicología perinatal. Trabajó con niñas y adolescentes que rondaban entre los 12 y 16 años. Puede describir a la perfección lo que se veía en los hospitales: muchas madres con sus bebés completamente solas.

“Hay mamás que se sienten madrazas y que tienen este orgullo u otras que querían ser mamás pero que no sienten la conexión con el bebé. Pero también están las que están muy violentadas para gestar, obligadas: sienten que tienen muchos sueños y que acceden a tener ese hijo por la imposición de sus padres, que les dicen que ellos se van a encargar de la crianza”, explica.

Cintia fue testigo de decenas de abortos de niñas abusadas en las que peligraba su vida. Recuerda, como si fuera ayer, dos casos en particular: una niña de 13 que presentaba una infección muy fuerte y los médicos determinaron que había que interrumpir el embarazo para tratar la enfermedad. Otra llegó al hospital con una rotura de útero donde existía la posibilidad de tener una hemorragia y morirse. “Le salvaron la vida, pero perdió el útero a los 12 años. Fue una experiencia muy potente para mí”, relata.
En esas niñas no hay madrazas, sino, un Estado ausente. González Oviedo recuerda cómo las veía desoladas, desamparadas. Detrás de estas “madrazas” no había contención. Estaban completamente solas: “Hay trabajadores sociales, pero para mí tiene que haber psicólogos perinatales acompañando y brindando contención. No están acompañadas por el Estado”, recuerda.

Detrás de las “madrazas” hay consecuencias psicológicas de por vida: “El efecto psicológico principal de una violación acarrea síntomas de trastornos de estrés postraumático, el embarazo re- traumatiza esos síntomas. Dejemos de decir que el bebé las va a salvar, no solo es traumático la violación, sino también el embarazo”, recalca.

Y concluye: “Lo importante es que haya un deseo y una decisión de libertad sobre tu cuerpo. El camino de la salud mental es la mujer eligiendo, por su propia vida y su propio cuerpo, qué es lo que quiere”.

Nota original: https://www.mundotkm.com/genero/2019/02/07/las-mujeres-tenemos-instinto-materno/