Por Cintia Gonzalez Oviedo
Cuando era chica, era de las nenas preadolescentes que no tenían ropa de marca. De vez en cuando enganchaba algún jean de la marca que publicitaban en la radio o mi mejor amiga me prestaba algún sweater (hasta el día de hoy nos acordamos de cómo le vivía pidiendo prestado) pero nada más, y esto hacía que más allá de mi simpatía, entre eso y algunos kilitos de más, no fuera parte del grupo de chicas populares. Ya desde temprana edad, la imagen, el cuerpo, las marcas hablaban y me posicionaban en un casillero determinado en la escala social en nuestro mundo pequeño.
Cuando de grande empecé a trabajar en la industria de la belleza, a puro trabajo y estudio fui ganando espacios y de a poco comencé a transitar los pasillos de empresas donde el caminar para las mujeres era más un desfilar que otra cosa. Donde construíamos discursos para empoderar a las mujeres porque eran un buen “posicionamiento” para la marca, pero a la vez se defenestraba a las que trabajaban en la empresa. Ropas de diseñador que valían un sueldo, el culto por la imagen de forma desmedida como valor social en primer lugar y conversaciones espeluznantes donde se degradaban a las mujeres en una industria que a la vez vive de ellas, cultivaron más que ninguna otra cosa mi pensamiento crítico respecto a la industria y mi pensamiento feminista. Ser feminista al buscar la igualdad de derechos y oportunidades y a la vez visibilizar estereotipos que atentan contra nuestra autoconfianza, nuestra autoestima y nuestra sensación de poder en el mundo.
Cambié los pasillos dorados del glamour por los pasillos municipales donde me topé con mujeres violentadas, me metí en la clínica, en la investigación, en las neurociencias, en las políticas públicas. Y como suelo hacer, voy entrecruzando estos diversos mundos y generando nuevos proyectos e ideas.
Cada época ha estado representada masivamente por una serie de cuadros de sufrimiento psíquico, y el de hoy es el reino de la evitación y la ansiedad. En zonas urbanas, entre el 60 y el 70% de hombres y mujeres que demandan terapia, presentan trastornos de ansiedad o del espectro ansioso. En un mundo donde lo de ayer al día siguiente ya es viejo, la fugacidad de los vínculos atenta contra la consistencia de la identidad. ¿Quién soy? ¿Cómo se construyen las subjetividades hoy? El que soy hoy puede cambiar mañana ante la multiplicidad de ofertas. Si antes éramos una cosa toda la vida, hoy podemos redefinirnos y elegir cambiar y ser otra, elegir otro camino, otro hombre, otra mujer, otra carrera. Esto tiene una parte buena, la de la libertad de elección, y por otro lado la generación de vacíos, donde no hay verdades, no hay lugares ni personas seguras.
El punto es que nuestro cerebro sigue siendo el mismo estructuralmente en todas las épocas y, ante determinadas amenazas, él, que es muy conservador, activa mecanismos fisiológicos arcaicos para defenderse, que disparan una respuesta fisiológica del organismo. A veces en forma de síntomas físicos muy desagradables, a veces en forma de dudas y de pensamientos sin control. Para evitar estas sensaciones que nos hacen sentir tan mal hacemos un montón de cosas. Y al evitar, vamos asentando el trastorno que cada vez se vuelve más grande.
Los medios, la publicidad, la oferta de las marcas sobreabunda de imágenes que nos dicen cómo llenar estos espacios y cómo podemos hacer para evitar sentirnos así. Si no sabés quién sos, te lo dice; si querés ser apreciado, tenés una enorme masa de mensajes donde está claro cómo debés ser para que te valores socialmente, qué ropa debés vestir, qué marcas usar, qué cosas decir, qué cuerpo tener. Según los medios, la mayor conquista de una mujer a los 40 parecería ser mostrar que llegaste sin arrugas y en forma. Éste es el logro del valor social de la belleza: el más alto valor que pareciera que una mujer puede alcanzar, cualesquiera sean sus logros en otros ámbitos.
El Fast Fashion es muy funcional a la ansiedad de hoy en día. Los productos vertiginosos de la industria de la belleza son como imanes, excelentes distractores (al igual que las redes sociales, siendo que la mayor infelicidad la provoca Instagram) porque generan una respuesta placentera muy fugaz, una sensación ficticia, pero no aporta un bienestar estable. Paralelamente alimenta a los mecanismos de ansiedad, lo que va en detrimento de la salud psíquica y, por ende, al empobrecimiento de la funcionalidad en todas las áreas del individuo, a sus relaciones sociales, a su percepción de sí mismo.
Lo que sí podemos enmarcar es que hay formas y formas de consumir. Hay algunas que sí pueden tener más implicaciones positivas en la felicidad, como invertir en los demás o en experiencias. Algo que suponga un desarrollo y que enriquezca a la persona. Hay que tener en cuenta que la mente humana tiene muy buena memoria para los picos emocionales. Y el consumo genera picos emocionales positivos pero que son muy breves, por eso entra en la definición como engaño. Promete algo que no puede dar. Porque a lo que aspiramos no es a tener muchos picos, sino a tener una satisfacción de fondo elevada.
Esto no quiere decir que no me importe embellecerme, que no me importe sentirme bien con algo que compro, con verme linda. El feminismo empuja a la libertad de elección. Pero el poder de la belleza debe radicar en justamente ser fuente de poder y no de sometimiento. Cada vez que consumimos sin medida, pensando que tal producto va a ser la respuesta o que tal prenda nos va a hacer sentir aquello que no sentimos por nosotras mismas, la belleza es sometimiento.
Ser feminista es hablar de poder, es ponernos en pie de igualdad, es luchar por la cuota que corresponde en los diferentes ámbitos. Desde el consumo desenfrenado somos parte sometida de un engranaje mayor donde somos el mono en la rueda, donde no hay empoderamiento sino empobrecimiento, y esto se refleja no solo en nuestro malestar sino también en nuestra salud psíquica.
Animarnos a tener un consumo responsable no es solo una postura eco. Es elegir a consciencia, es escuchar qué reproducimos en los discursos que compramos y en los que participamos construyendo, cada una desde su lugar. Es hablar del autocuidado, de nuestra relación con nosotras. Y también es cultivar el feminismo.
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Cintia Gonzalez Oviedo https://publicitarias.org/2017/08/02/consumo-responsable-para-el-bienestar/